La solidaridad de»La cocina»

Una semana llevo dándole vueltas en mi cabeza al montaje del CDN de la obra de Arnold Wesker “La Cocina”, dirigida por el bueno de Sergio Peris-Mencheta.

Soy una persona bastante polarizada con el teatro. Si no me gusta, me pasa como cuando iba a misa de pequeño: Me quedo dormido. Y ni un bostezo durante las más de dos horas y cuarto de espectáculo.

Independientemente de que me gustase más o menos, el director y sus actores han conseguido uno de los objetivos primordiales de cualquier montaje y es que me quede unos cuantos días meditando sobre la obra.

He de reconocer que no es una obra para todos los públicos. Los espectadores que esperen ver una especie de Masterchef entre bambalinas, como parecía ser lo que aguardaba la espectadora sentada a mi derecha, y así se lo comentaba continuamente sin pudor alguno a su compañero, mejor que no vayan a verla. Aunque en realidad ya da igual, no queda ni una entrada.

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Empieza el montaje con una locución de radio anunciando el acuerdo de Londres de 1953 sobre la deuda alemana, una lástima que muchos espectadores se pierdan ese importante detalle mientras cuchichean y escriben tuits sobre la obra que van a ver (reminiscencia del excelente capítulo de Black Mirror “Nosedive”). Otro día hablaré de la obligación del espectador a la hora de ir al teatro…

Como decía, no es casual que empiece con la locución radiofónica de un hecho, olvidado por muchos, de tremenda importancia para la historia de Alemania (y del mundo).

En dicho acuerdo, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Bélgica, Canadá, Ceilán, Dinamarca, Grecia, Irán, Irlanda, Italia, Liechtenstein, Luxemburgo, Noruega, Pakistán, España, Suecia, Suiza, la Unión de Sudáfrica y Yugoslavia, entre otros, anularon un alto porcentaje de la deuda que Alemania tenía contraída con ellos tras la primera y segunda guerra mundial. Gracias a la solidaridad de todos estos países, Alemania resurgiría como potencia mundial. Repito, gracias a la solidaridad de todos estos países.

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Y empieza la obra y se encienden los fogones. El día a día de una cocina que sirve comidas a más de mil personas. Y se “cocina” de todo, y algunos se pelean, otros se enamoran, unos abusan de otros, los hay que sueñan, mientras otros se ríen… El día a día de cualquier trabajo, ya sea en una cocina, en un parque de bomberos o en la torre de control de un aeropuerto.

Y claro que esos sueños y peleas que tienen sus protagonistas tienen su moraleja, y que esos abusos de poder revuelven las tripas, pero para mi lo más importante, por encima de todo, es la solidaridad de los compañeros. La solidaridad en medio de la vorágine cuando arranca la maquinaria y todo va lanzado y se empieza a perder el control y no hay tiempo para quejarse y no importa si eres francés, irlandés, alemán, griego o chipriota… The show must go on, y no hay tiempo para quejas. Y justo en ese momento de subidón, en medio del caos, nos tomamos un momentito a cámara lenta para respirar, coger fuerzas y seguir adelante. Porque hay que seguir. Pase lo que pase, con todos los problemas y con toda la mierda que nos encontramos día a día. Hay que tirar para adelante, que ya vendrá el momento de descansar, de reírnos, de bailar, de coger fuerzas y de seguir moviendo el mundo todos juntos de la mano.

¿Te crees mejor que los demás para parar la maquinaria? ¿Te piensas superior a los demás por haber nacido en un sitio o en otro?

Alemania no sería la que conocemos a día de hoy hoy de no ser por la solidaridad de sus países vecinos. Cabréate, patalea, suéltanos una hostia de vez en cuando, pero no olvides tu pasado. SOLIDARIDAD. Con todos los paises. Juntos, hacemos que el mundo gire.

Ésta es mi lectura del montaje. Éste ha sido mi pequeño viaje. A otros les moverá otras emociones o igual no les mueve nada. Yo estoy feliz de que me hayan sonado las entrañas y me haya hecho meditar. Y eso sin entrar en lo mucho que he disfrutado con ese pedazo de elenco dejándose la vida y disfrutando como niños entre fogones. De todos y cada uno de ellos rescato pequeños momentos del montaje, pero he de reconocer mi sorpresa con los trabajazos del (ya no tan) pequeño Ricardo Gómez y de Javivi . Wow.

¿Que me hubiese gustado ver comida real en esa cocina para ver más caos, aún si cabe, entre esos fogones? Pues sí. Al Pablo al que le gusta el espectáculo, se le queda corto el chisporroteo de la plancha y los olores que sueltan las viandas, que realmente se cocinan bajo las gradas.

Por curiosidad, le pregunte al señor director del montaje vía twitter, que porqué no había utilizado comida real en su propuesta, y la respuesta del cabronazo no pudo ser más acertada, ya que consiguió transportarme automáticamente a los bajos del pasaje de la calle Colomer, donde tantas veces se la escuché a Juan Carlos Corazza: “¿Para qué?”

Nada más que decir. Eres muy grande Sergio. Todo un ejemplo a seguir. Es cierto que pasaría a ser más importante la comida que el trasfondo de la obra, pero no puedo impedir que al Pablo al que le gusta el espectaculo a lo grande, imagine como Kauffman en “Synecdoche, New York” una cocina de verdad, un Valle Inclán abierto durante la apertura y cierre del Marango´s donde pudiésemos entrar y salir a nuestro antojo, reservar mesa, probar sus platos e incluso pasar a la cocina a felicitar al chef.

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